martes, 11 de diciembre de 2012
Ser feliz
Había una vez un muñeco de papel que no tenía cara. Estaba
perfectamente recortado y pintado por todo el cuerpo, excepto por la cara. Pero
tenía un lápiz en su mano, así que podía elegir qué tipo de cara iba a tener
¡Menuda suerte! Por eso pasaba el día preguntando a quien se encontraba:
- ¿Cómo es una cara perfecta?
- Una que tenga un gran pico - respondieron los pájaros.
- No. No, que no tenga pico -dijeron los árboles-. La cara
perfecta está llena de hojas.
- Olvida el pico y las hojas -interrumpieron las flores- Si
quieres una cara perfecta, tú llénala de colores.
Y así, todos los que encontró, fueran animales, ríos o
montañas, le animaron a llenar su cara con sus propias formas y colores. Pero
cuando el muñeco se dibujó pico, hojas, colores, pelo, arena y mil cosas más,
resultó que a ninguno le gustó aquella cara ¡Y ya no podía borrarla!
Y pensando en la oportunidad que había perdido de tener una
cara perfecta, el muñeco pasaba los días llorando.
- Yo solo quería una cara que le gustara a todo el mundo-
decía-. Y mira qué desastre.
Un día, una nubecilla escuchó sus quejas y se acercó a
hablar con él:
- ¡Hola, muñeco! Creo que puedo ayudarte. Como soy una nube
y no tengo forma, puedo poner la cara que quieras ¿Qué te parece si voy
cambiando de cara hasta encontrar una que te guste? Seguro que podemos
arreglarte un poco.
Al muñeco le encantó la idea, y la nube hizo para él todo
tipo de caras. Pero ninguna era lo suficientemente perfecta.
- No importa- dijo el muñeco al despedirse- has sido una
amiga estupenda.
Y le dio un abrazo tan grande, que la nube sonrió de extremo
a extremo, feliz por haber ayudado. Entonces, en ese mismo momento, el muñeco
dijo:
- ¡Esa! ¡Esa es la cara que quiero! ¡Es una cara perfecta!
- ¿Cuál dices? - preguntó la nube extrañada - Pero si ahora
no he hecho nada...
- Que sí, que sí. Es esa que pones cuando te doy una
abrazo... ¡O te hago cosquillas! ¡Mira!
La nube se dio por fin cuenta de que se refería a su gran
sonrisa. Y juntos tomaron el lápiz para dibujar al muñeco de papel una sonrisa
enorme que pasara diez veces por encima de picos, pelos, colores y hojas.
Y, efectivamente, aquella cara era la única que gustaba a
todo el mundo, porque tenía el ingrediente secreto de las caras perfectas: una
gran sonrisa que no se borraba jamás.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)